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viernes, 10 de diciembre de 2010

Prostitución y Crossover en la Inglaterra Victoriana

Inglaterra es la cumbre de la alta sociedad; cultura y ociosidad. A todos se nos llena la boca nombrando a autores de prestigio, artistas o simples críticos o ricos que se ganan la vida manteniendo una reputación social que les encadena a una serie hábitos y eventos.
Yo no era así. Yo era puta; una pícara a la que todos conocían profundamente en el sentido más literal de la palabra. Una puta que entraba a las fiestas encorsetada y salía desprestigiada. Una puta que no tenía reparos en enseñar la cara ni besar en la boca, con lengua, con dientes…

Al entrar en una sala las mujeres me miraban con desaprobación por encima del hombro y arrugaban la nariz como si olieran mierda. Yo las imitaba y fruncía el ceño, pero siempre acababa recurriendo a ese arqueamiento de cejas que de mi padre aprendí y que, aunque irónico quedaba en él, seductor quedaba en mí.

Recuerdo la última vez que entré en una fiesta de la alta sociedad. El Conde de Mim realizaba un baile en su Mansión, cerca de Cottnot park, en su residencia de verano privada; es entonces cuando recibí la visita de Sir. Lamont (un cliente habitual) en mi calle, Helment Street. Sería el mes de Mayo y aunque era primavera, las calles de Londres por las noches siempre han sido gélidas.

Mientras me apoyaba contra la pared miraba el estrecho callejón que desembocaba en mi calle y que, al contrario que la mía, estaba mejor iluminada. Los adoquines resonaron al paso de un hombre tosco y su sombra. Un hombre con barba de varios días y muy delgado que se paró delante de mí sin siquiera mirarme. Lo reconocí por su fragancia tan fuerte que me cortaba la respiración. Sir Lamont se quitó el sombrero y lo giró con histerismo entre sus manos. Mantenía la cabeza gacha, lo que le provocaba una pequeña chepa. Vergüenza en sus ojos y culpa sobre sus espaldas. Me aparté el pelo de las orejas deseando que el frío taladrara mi calavera y cristalizara mis pensamientos para que se frenasen ante esta afrenta que tan común era, y tanto me dolía.

-Necesito compañía – murmuró con voz grave mientras el vaho provocado por el frío salía de su boca como una calada y desaparecía según se acercaba a mí.

-Como todos - le respondí.

-Esta vez será diferente. Necesito de tu compañía en un baile, pues allí se me reclama como asistente. No tengo hijas ni esposa y necesito pareja de baile. En una semana volveré y la llevaré en un carruaje hasta el hotel donde se -cambiará y se hospedará después de la fiesta. Hasta entonces, cuídese.

Tras el discurso me miró con firmeza esperando una respuesta. Asentí y le señalé el camino por el que había venido, pues otro cliente requería de mis servicios.

Él sabía que no haría falta discutir el precio pero le saldría caro. Más caro que un revolcón en la pensión que estaba a la vuelta de la esquina y en la que, semana tras semana, necesitaba un poco de mi “amor”.

No es que fuese famosa, pero tampoco era discreta. Supuse que me regalaría un vestido bonito que me tapase lo bastante como para que nadie reconociera mis lunares y mis pecas y no quedar como el viudo que danza al son de la música más clásica con…una puta clásica.

No me gustaba tener que disfrazarme. Ser puta era algo que me daba libertad pues no estaba forzada a acostarme con cualquiera que me lo pidiese por cuatro libras. Yo seguía teniendo la última palabra y desfallecer de hambre era mi última palabra. Incluso en lo que a vestuario se refiere yo también estipulaba las prendas a vestir. Estas inanes normas de cortesía no estaban en mi ser. Y eso era extra.

El domingo se presentó un carruaje en mi calle tirado por dos caballos negros al cual accedí subirme pues ya me era conocido. Ya dentro empecé a fantasear con mi virginal vestido. Esperaba que fuese de tela fina y suave; algo translúcida y posiblemente color crema. Tendría algunos volantes y algún bordado en verde y por supuesto, me haría pasar por mujer recatada.

Al llegar a la habitación me esperaba sobre la cama un despampanante vestido verde bosque el cual se había de conjuntar con un corsé negro, junto a esto, reposaba sobre la almohada una liga morada.No difería mucho de lo que solía llevar aunque definitivamente el verde era mi color y él lo sabía.

Me vestí lentamente admirando mi cuerpo en el espejo y entregándome al acogedor calor de una buena habitación de hotel. Tras estar completamente vestida me senté en el tocador a preparar y domar mis rizos en un moño alto con algunos tirabuzones rojizos enmarcando mi cara. Rehusé maquillarme en exceso y me quedé contemplando mi rostro en el espejo. Examinando la habitación a través del reflejo, divisé detrás de mí un broche para el pelo y un par de pulseras a juego en la mesilla junto a la cama. Me gustaban las alhajas así que me las enfundé y posé frente al cristal.

-Estás preciosa – susurró mi pareja de baile desde la puerta a la par que avanzaba sigilosamente en mi dirección.

En ningún momento deje de mirarme porque no había olvidado la degradación hacia mi persona la semana pasada. Se acercó por detrás y me colocó una gargantilla de la cual colgaba una pluma de pavo real. Sin más dilaciones salimos de la habitación y nos dirigimos al baile. No hubo palabras durante el camino. Sólo su penetrante mirada recorriendo mi cuerpo que tan conocido le debía ya de ser pero que, semioculto, ofrecía una especie de erotismo que le hacía renegar de su humanidad y sacaba sus instintos más primitivos, como el de salivar en exceso.

Divisamos la mansión completamente iluminada y decorada en medio de la noche desde el carruaje. Según nos acercábamos oíamos los violines y el piano que con celeridad pasaban de melodías occidentales a orientales, sin dejar ese tono alegre tan propicio para una fiesta.

Sir. Lamont llamó al timbre, respiramos y esperamos muy erguidos. Vimos una sombra por el cristal y la puerta se abrió dejando paso a una humareda de olores frutales y a una melodía de tipo oriental. Mi pareja me cedió la entrada con un movimiento de brazo al igual que el mayordomo, que me invitaba a entrar posando su mano en la mía para ayudarme a subir un insignificante peldaño. Yo era puta, no lisiada, no necesitaba ayuda de este tipo. Pero una siempre podría acostumbrarse. Fantaseé, por un momento, en mi vida como una dama de la clase alta de la que solo se espera que baile y quizás que toque el piano.

Tras quitarnos los abrigos nos adentramos en la mansión para encontrar la sala impregnada de fragancias caras, tabaco de pipa y una humareda muy densa que parecía invitada en la fiesta y no pensaba irse pese a la ventilación de las habitaciones.

Pasamos a la sala principal donde un grupo de hombres y una mujer rodeaban un narguile formando un círculo sobre cojines de colores rojizos y dorados. La conversación parecía tratar de política, y contrariamente a lo que suele ocurrir, no había ni disputas, ni palabras malsonantes.

Esta sala no era ni para Sir Lamont ni para mí, así que giramos a la izquierda y siguiendo unos tapices y un montón de cortinajes púrpuras llegamos a lo que parecía una improvisada sala de baile. Y digo improvisada porque la sala era lo suficientemente grande como para que bailaran allí más de 30 parejas simultáneamente. En cambio, había un par de picaruelas muy apegadas a sus parejas y tres bailarinas exóticas moviendo sus vientres mientras una jauría de perros las vitoreaban. Sir Lamont, aunque parecía fuera de lugar se adentró más en este recinto.

-Buenas noches, mis queridos invitados, ¿disfrutando la fiesta? – nos asaltó el Conde de Mim de la nada mientras sostenía un vaso de licor.

-Sí…- Titubeó Sir Lamont.

-Ya sé Harry que este no es tu tipo de fiesta favorita pero ¿qué esperabas si te dejaba traer a esta acompañante?

Ser puta también conlleva aguantar y resignarse a escuchar este tipo de comentarios estoicamente, aunque no por ello podía controlar primero la sorpresa y luego el enfado que se dibujaron en mi cara.

-Sé a lo que se dedica, señorita, de todas maneras, aquí no importa, hoy no – se giró buscando a alguien - ¡Dorian! Ven aquí, muchacho.

El tal llamado Dorian, se encontraba en el centro de la fiesta, en el punto intermedio entre la política y el erotismo, y parecía participar de ambos, aunque no activamente.

Dorian, al ser llamado, saco la mano del bolsillo y apuró su copa antes de contestar si quiera con la mirada al llamamiento del anfitrión. Sonrió y se acercó, primero cabizbajo pero luego, al llegar a nuestro lado, separó un poco los cortinajes que formaba su melena y nos reveló el rostro más perfecto que jamás yo viese. Sentí mis pupilas dilatarse y mis ojos moviéndose frenéticamente por toda su cara memorizando cada trozo de piel y fantaseando con lo que aquel chaleco escondería.

-Siempre la misma reacción Dorian – le dijo al muchacho – Por si no le habías conocido antes en persona – hizo una pausa para dar más dramatismo - este es el famoso Dorian Gray.

-No creo merecer esa fama Charles.

-Famoso tanto por su hermosura como por su modestia, una lástima que sea fingida.

-Y aunque finjamos, ¿no es mejor eso que la arrogancia directa? ¿No es mejor saborear la dulce mentira antes de ser escupida que atragantarse con la verdad?

-Grandes palabras para alguien que escucha a Henry – dijo con desprecio el último nombre – Les dejo con Dorian, debo atender a Clarissa.

Le miramos mientras se reunía con una cabaretera y ambos emprendían el rumbo hasta el segundo piso con premura.

-Señor, ¿podría prestarme a su dama un segundo? Creo que es mí deber enseñarle las nomeolvides del jardín; son hermosísimas en la noche.

Lamont le miró consternado, pero aún así, el joven Dorian desprendía un halo de pureza, bondad y sinceridad que pudo con la reticencia de Lamont a quedarse solo.

Dorian me sonrió de forma cómplice, con la misma sonrisa que yo usaba con mis clientes al verles para no utilizar las palabras que tan fuera de lugar estaban.

El muchacho me ofreció el brazo para colgarme de él y juntos cruzamos la puerta al patio. Hacía frío, muchísimo frío para la escasa ropa que llevábamos todas las mujeres de la fiesta; por ello sólo los hombres se reunían en un pequeño banco para charlar y fumar lejos de sus mujeres. Dorian hizo caso omiso a mis estremecimientos y me guío como lleva el amo al perro con la correa de paseo. Me hizo un tour por todo el jardín sin mediar palabra. Al terminar le miré y fue entonces cuando se abalanzó sobre mí, no como un caballero, sino como un demonio ardiente que puede coger lo que quiere sin pedir permiso siquiera y no le será reprochado nada.

Sentí su lengua violar mi boca e impregnar de su esencia la mía mientras sus manos masajeaban mis caderas. Jadeaba y se separaba sólo unos milímetros de mí para ver con claridad mis reacciones y quizás, dándome tiempo a corresponderle.

De vez en cuando, las putas también tenemos sexo sin cobrar. Y no es que seamos zorras, es que quizás se encuentre a alguien que merezca la pena. Y Dorian la merecía.

Le aparté un poco de mi para su sorpresa, sólo para dejarle claro quién llevaba el mando, y por ello, le besé. Esta vez fui yo la que tomó la iniciativa y decidí, sin pudor, tomar sus labios entre los míos degustándolos.

Sigo sin comprender la reacción que provoqué en Dorian, pero hoy por hoy, recordándolo, sigo creyendo que lo vio como un desafío y por ello me apretó contra la pared aún más, separando mis piernas con la suya y haciéndome sentar sobre esta, cerrando el espacio entre nosotros, haciendo que de repente, la fría noche fuera neutralizada por nuestro calor mutuo.

Con una mano, agarró mi mentón y me hizo mirarle a los ojos mientras comenzaba a mover su pierna para crear fricción en mi zona íntima, creando una especie de vaivén, un baile frenético.

-Mírame – me susurró cuando cerré los ojos entregándome al placer.

Intenté hacerlo, pero justo cuando la señal llegó a mi cerebro Dorian quitó su pierna. Para mi deleite fue sólo para sustituirla por su mano, que se coló por mi vestido al igual que una ráfaga de aire frío y serpenteó entre mis bragas hasta que encontró lo que buscaba gracias a las señales que le daba con mis gemidos.

Aquella fue sin duda una noche extraña, Dorian continúa viniendo de vez en cuando. Pero nunca como cliente. Sir. Lamont…algo le ocurrió aquella misma noche.

Besos prostituidos, Ko.

3 Comentarios.:

S. dijo...

¡Oh, me encanta!
Y las fotos también, Ben Barnes me puede. *O*

javier dijo...

jaja, esta muy bien!

Big Bad Wolf dijo...

Esta entrada me gusta, aunque recurras a las fotos de esa blasfemia de pelicula que es "El retrato de Dorian Gray" que si Oscar levantase la cabeza se volvía a morir el pobre mío...