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jueves, 7 de octubre de 2010

La historia inacabada

Hace tiempo vi la posibilidad de presentarme a un cértamen literario. Una oportunidad que desaproveche y por la que me arrepiento. Mi vida está en un punto bastante bueno y no sé como seguir la historia. Supongo que sólo cuando soy miserable puedo escribir y ponerme en la piel de los personajes o transmitirles mis sentimientos frustados.
Ahora mismo, cuando siento un poquito de felicidad no quiero que nada me haga recordar la infelicidad, el fracaso y la impotencia. Quiero agarrarme a la felicidad y ser idiota.
Creo que estoy cambiando. Pero eso sí, me sigo quejando.


La historia inacabada sin título

Toda su vida era un gran vacío aunque llena de fracaso, eso si el fracaso se pudiese medir. En ese caso, su vida estaría llena de un vacío de fracaso. Si eso tuviese sentido.

Decidió buscar consuelo y se apoyó en la ventana contemplando el paisaje de su jardín que antes tanta alegría le evocaba. Se quedó un rato tal cual, apoyando la cabeza en el marco de aluminio y aspirando lentamente, olvidándose de que tenía que expirar, y para cuando lo hacía, un sonoro suspiro cargado de emociones, salían de él para volver a ser nuevamente atrapados junto al oxígeno. Era verano y el sol comenzaba a quemar sus antebrazos, y aunque no se quitaría de ahí deseaba apaciguar el calor a lametazos, pero tenia la boca seca y el sol picaba; y sentía que se lo merecía por estúpido pero siempre era lo mismo, las cosas pasaban porque no hacía nada, por su indiferencia, así que sería la hora de tomar decisiones, aunque no fueran ni remotamente las correctas.

En lugar de ir a por agua se dirigió a su habitación tanteando entre las tinieblas del pasillo, alargando los brazos para no chocar contra las puertas y acariciando las paredes, sentía que si se encontraba con una puerta sin anticipación, la derribaría de un puñetazo. Según llegaba la música se intensificaba y hacía temblar su sangre y las lágrimas que retenía en sus ojos sin siquiera saberlo. Buscó a tientas entre toda la basura de su habitación, tirando los papeles del escritorio al suelo, esparciendo la ropa del suelo en todas direcciones hasta que encontró un mechero, su favorito, verde, y después alargó el brazo para coger su paquete de tabaco que descansaba sobre el ordenador portátil. Lo abrió, sacó un cigarro y mientras caminaba de vuelta a su veraniega ventana en contraposición con su caótico cuarto, iluminó el pasillo con el mechero parándose para dar una calada que encendiera el pitillo. Al llegar a la ventana todo seguía igual, lo árboles igual de verdes, los pájaros gorgojeando y las sombras en el mismo lugar. Le dio otra calada al cigarro mientras pensaba en que lo que había cambiado era él. Ya no veía el paisaje del mismo modo. Antes sentía fascinación por cualquier simple insecto que viviese en el paraje, por cada hoja que mecía el viento, sin embargo, hoy su mirada perdida, vidriosa y empañada por las lágrimas no encerraba nada positivo.

Le dio una calada al cigarro bizqueando para contemplar como el fuego lamía la superficie dejando un gradiente de colores. Marrón, lo que era un tono amarillento, blanco y por último el filtro; sin olvidar la grisácea ceniza dejada atrás. El tabaco es un veneno. Pero Jenny también lo era, y el cigarrillo es solo una metáfora de esa relación. Un montón de veneno y mierda grisácea dejada atrás que se acaba consumiendo. Todo empieza con una luz, una chispa, un poco de fuego, pero cuando llegas a fumarte la tinta y el filtro, no tienes más remedio que poner la misma cara que cuando comes amargo y parar.

Probablemente ese fuera su problema, las comparaciones. Cualquier pequeño problema mundano era una representación de algún aspecto de su vida. Si tropezaba con una piedra era que iba a discutir con Jenny, un pequeño bache en la relación. Si olvidaba las llaves, auguraba malos resultados en sus estudios. Así con todo. Viviendo quejándose. “Pero… ¿y quién no lo hacía? ¿Quién no se quejaba? Claro que unos más y otros menos. Igual que unos son más altos y otros más bajos” –pensaba. Eso seguía sin explicar porque se había enamorado de alguien como Jenny. Le costaba creer que hubiese sido por el físico o por un cambio suyo únicamente.

[…]

Jenny iba con él a clase. Iban a un colegio especial. Un colegio en el que las clases se daban al aire libre, en mitad del bosque. Donde enseñaban cosas que usar en la vida real, donde te preparaban para ese mundo en el que ya estabas, para la calle. Irónicamente no estaba lleno de gente dura, curtida y castigada por la vida. Sino, como lo veía el ahora, “por una panda de hippies que no han visto realmente el mundo, sino sólo las hojas que se fuman”. Estaba a tres minutos de su casa. A él, [---], y a su familia, les había encantado la naturaleza, pro ello su pequeño jardín, daba al bosque, por el que, de tanto andar en dirección al colegio, habían creado su propio senderito. Hoy lo había andado de vuelta, sin el ánimo de siempre. Sin alegrarse por ver dos ardillas, sin inmutarse por el florecimiento de las flores tardías de la primavera, sin vida.

2 Comentarios.:

AlexCrazySajke dijo...

Me encanta la historia.
Poco a poco, voy a prendiendo a escribir.

Anónimo dijo...

Los prejuicios matan más personas al año que el tabaco.
Just sayin'...