Un paso más que resuena en las baldosas negras y blancas de esta tienducha de baratijas y que parece una pista de baile de los 60 o el suelo de una cocina de los 70. Todo está lleno de cristaleras y la dueña, tras algunas estanterías, te observa. O más bien te espía.
Obvias su presencia y miras cada estante detenidamente, a veces con curiosidad, otras con pasmosa apatía y a veces hasta con prudencia. Pasas la mano por encima del polvoriento lugar y te detienes. Cachivaches sin sentido. ¿Quién compraría una barra de labios acabada? ¿La venden por partes? ¿Es eso? O esto. Esto es el acabóse. Perdigones de escopeta; ya disparados. No entiendes nada.
Es como si la segunda mano se hubiese convertido en cuarta, y aún así, miras tu mano y tienes ciertos objetos en ellas. No recuerdas haberlos tocado.
De pronto, según te acercas a la sección de ropa, notas una mirada. ¿Otra vez la dependienta? Esperas que no. Es la típica mujer canosa, con el pelo muy encrespado y las piernas muy huesudas que da miedo. Y más cuando te persigue.
Te giras y un hombre te sonríe. Le miras de arriba abajo ¿porqué no? con descaro y le devuelves la sonrisa a la vez que te giras y finges, pobremente, repentina indiferencia. Moreno, algo bajo, barba de un par de días, y un cuerpo esbelto. Te relames ante la visión.
Pasas las manos entre la ropa con cariño y deleite, visualizando que aquello que tocas no es simple ropa, sino el torso desnudo del hombre dubitativo que se encuentra ahora mismo detrás de ti, poderosamente cerca. Oyes su respiración en tu nuca, y la situación, que te afecta sobremanera hace que te gires para encararle. Él vuelve a estar ahí, con la pícara sonrisa y un traje en la mano.
Su educación y su pose de niño bueno te llevan a hacer lo impensable.
-El azul es un color muy triste – dices mientras tocas la corbata y te acercas a él – Le vendría mejor otro color…rojo.
-¿Rojo? – pregunta él sorprendido a la par que divertido mientras se esconde tras una pared para, probablemente buscar algo rojo o un probador. ¿Probadores? …
-Sí, ya sabes, rojo, amarillo, naranja…colores cálidos. Calientes – pronuncias despacio a la vez que te acercas al lugar donde desapareció con una desfachatez impropia en ti.
La tienda no se acaba, subes un piso, dos, tres y te preguntas a dónde irás, pero no a qué porque eso bastante claro está. Un par de pisos más y ya visualizas un castillo en lugar de una tienda, y es que subís, subís y subís por escaleras de la piedra más gris y la humedad más fiera. ¿Una azotea? ¿Aquí?
La primera es una mujer negra, alta y esbelta, con un cuerpo imponente y una pose desafiante arruinada por una cara embadurnada en el más colorido maquillaje. Parpados azul celeste y labios y mejillas de un rojo pasión. Llama la atención, de eso estás segura, pero no de una forma provocadora, sino escandalosa. Como un payaso travesti.
Vestía una camiseta blanca de tirantes holgada y unos pantalones ceñidos a sus curvas.
Y lo mejor, unas botas negras de cuero jodidamente altas y endemoniadamente apretadas.
-Pues claro que le gusto- respondió con descaro – pero lo que más me importa es si le gusto a ella.
[…]
1 Comentarios.:
Joder, tuve un sueño muy de este estilo. ¡Estás aquí de nuevo!
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